domingo, 30 de junio de 2013

El “tú” en mí (11-03-2013) Sam Kean

Células de un hermano, hijo, o posiblemente incluso de un amante largamente olvidado pueden persistir en nuestros cuerpos durante décadas, aunque todavía se sabe poco acerca del rol que juegan los intrusos genéticos. La investigación sobre el fenómeno ha revelado tentadores enlaces con enfermedades autoinmunes y cambios en el cerebro, a la vez que levantan complicadas preguntas sobre identidad.
Debería haber un test de paternidad rutinario. En 2002 Lydia Fairchild (madre de dos hijos y embarazada del tercero) apeló al estado de Washington por prestaciones sociales. Debido a que casi recibió apoyo con sus hijos de su, a veces novio Jamie Townsend, el estado requirió una audiencia oral para determinar cuánta ayuda social sería la adecuada. El estado demandó tests de paternidad para probar que Townsend era el padre, y así ambos poder entregar células de un frotis bucal. Unas cuantas semanas después, Fairchild recibió una llamada del departamento de servicios sociales. Los oficiales de allí querían charlar. En persona.                       
Cuando llegó, los oficiales cerraron la puerta. Fairchild notó hostilidad y dijo que la acribillaron con preguntas raras e insinuantes. Finalmente, revelaron la razón del interrogatorio. La prueba de ADN había probado que Townsend era el padre. Pero estaba descartado que Fairchild fuera la madre, y ella dijo que el estado no creía que el niño fuera realmente suyo.
Estupefacta, Fairchild condujo hasta casa y sacó los certificados de nacimiento de su hija, y fotografías de cuando ella misma era pequeña. Llamó a su madre y se echó a llorar. El estado, mientras tanto, había enviado el ADN a un segundo laboratorio. En unas semanas se confirmaron los resultados obtenidos por el primero.

                  

Las cosas fueron liosas a partir de ahí, como un corte en la rutina que deterioró es una investigación de las relaciones de Fairchild con su hijo. Los fiscales estatales no sabían si actuaba como sustituta o si había secuestrado al niño, y Fairchild estaba preocupada de que el estado pudiera investigarla por fraude a los servicios sociales. También temía que los servicios sociales se llevaran a su hija, e hizo acuerdos secretos para esconderse si fuera necesario.
El juez en el caso esperó que los inminentes datos necesarios aclararan las cosas. Designó a un testigo para vigilar la cuna en la habitación y que vigilara que la sangre venía de Fairchild y de su bebé, para más pruebas. Fairchild estuvo de acuerdo con esto, pero de nuevo la prueba dio negativo. Su ADN indicaba que el bebé que acababa de salir de su canal del parto no era suyo.
Los fiscales estaban perplejos. Uno de ellos empezó a buscar en la literatura médica y encontró un caso similar en 1998, que concernía a una mujer en Boston que necesitaba un trasplante de riñón. Sus tres hijos y ella se habían hecho pruebas de ADN para encontrar a un donante válido. En vez de eso, descubrieron que ella no podría ser posiblemente la madre de dos de ellos. Genéticamente, de hecho, ellos parecían ser los hijos de su marido del hermano de ella, el tío de los niños.                            
Por una corazonada, los médicos examinaron el ADN en un nódulo tiroideo que ella se había extirpado años atrás. Extrañamente, el ADN tiroideo coincidía con el ADN de sus tres hijos. Tras esto, los doctores determinaron que la mujer tenía una extraña condición llamada quimerismo; debido a un giro prenatal del destino, ella era una mezcla genética de dos personas con diferentes células. Como resultado, las células en algunos tejidos (piel y sangre) y en otros (su tiroides y sus órganos reproductivos) tenían ADN diferente.
Tras estas revelación, Fairchild dio más células para las pruebas de ADN, pero esta vez de todo su cuerpo, incluyendo su cérvix. El plan funcionó. El ADN cervical era diferente al de la piel y la sangre que había dado antes, pero encajaba perfectamente con el de sus hijos. Como la mujer de Massachusetts, Fairchild fue declarada quimera, y después de 16 meses de lucha legal, sus hijos eran oficialmente suyos de nuevo.

                  

El quimerismo es una bestia extraña. Científicamente, es la persistencia de células de dos (o más) personas en un cuerpo. Los números son vagos, pero muchos (si no todos) humanos son probablemente un poco quiméricos, desde que las madres y los fetos comúnmente intercambian células durante la gestación. Ese tipo de células ciméricas pueden invadir órganos en todo el cuerpo, incluyendo el cerebro, y los científicos han encontrado enlaces tentadores entre el quimerismo y las enfermedades autoinmunes, en las que el sistema inmunitario del cuerpo ataca sus propias estructuras. Más allá de las estrictas publicaciones médicas, el quimerismo  también aumenta las preguntas psicológicas sobre el desarrollo de la identidad sexual en los niños, la vinculación afectiva madre-hijo, e incluso lo que constituye el self (el “yo”).                                  
La larga escala de quimerismos en Lyidia Fairchild ocurrió cuando su hermano mellizo se metió dentro de la matriz durante las primeras semanas de gestación. Los hermanos mellizos vienen de dos ovarios separados y por tanto, tienen diferente ADN, como hermanos separados normales. A veces, uno “consume” al otro absorbiendo sus células.
El bebé único resultante es un mosaico de diferente ADN en diferentes órganos. Un quimérico de un hermano y una hermana puede ser hermafrodita; si son del mismo sexo, puede tener partes de piel o los ojos de diferente color, pero, si no, probablemente parecerá normal. En ausencia de una prueba extensa de ADN, ella probablemente nunca lo hubiera sabido.
Este sigilo hace difícil determinar la predominancia del quimerismo. Algunos científicos apuntan a un cuarto de todos los gemelos terminan siendo únicos, pero la mayoría comentan cifras más bajas. En cualquier caso, el número de quimeras esté probablemente creciendo: la inseminación in vitro que incrementa las posibilidades de tener gemelos en un 30% también se asocia con un incremento en la probabilidad del quimerismo.

                    

Este incremento ha alarmado a algunos intelectuales legales. Visualizan situaciones donde un quimérico viola, por ejemplo, y queda libre porque el ADN del esperma recogido en la escena del crimen no encaja con el de la piel o la sangre que él entrega a la policía. Por ahora, estos escenarios permanecen como teóricos, y fuera de Lydia Fairchild, sólo el caso de la vida real que involucra al quimerismo era más que era farsa. Un ciclista profesional que se había dopado con sangre (inyectándose con algunas células de sangre de más para aumentar su resistencia) aseguró que las células extrañas de su interior venían de un gemelo desaparecido en el útero de su madre. El jurado que escuchó esta declaración no se lo creyó.
Más común aún que una amplia escala de quimerismo, es en microquimerismo: el quimerismo a pequeña escala. El microquimerismo puede venir de trasplantes de médula ósea de hueso, transfusiones pobremente preparadas de sangre, e intercambio de células de gemelos en el útero; hay evidencia de que también dar el pecho puede pasar células de la madre al hijo, y algunos científicos especulan que el sexo sin protección puede contribuir. Pero la causa más común de microquimerismo es el embarazo.
Según el pensamiento tradicional, la placenta actúa de barrera entre la madre y el hijo en el útero, preveniendo un intercambio de células entre ambos. Pero investigaciones recientes muestran que la placenta es más más porosa de lo que se pensaba, según Kirby Johnson, un biólogo de la Universidad Tufts. “Ahora sabemos que la madre y su bebé tienen que estar conectados. La comunicación basada en las células es esencial para un embarazo saludable”.
Sobre todo, la placenta permite la comunicación en doble sentido, con células fetales entrando en Mamá, y células maternas deslizándose dentro del Hijo. (Incluso las células tumorales pueden cruzar, y hay algunos casos bien documentados de madres dándoles cáncer a sus fetos). Después de que las células crucen, algunas son rodeadas y eliminadas por el nuevo sistema inmunitario. Muchas, sin embargo, arraigan en el otro cuerpo, metiéndose en el corazón, hígado, riñones, bazo, piel, páncreas, vesícula biliar e intestinos, además de otros lugares. Muchos de esos órganos hospedan decenas de centenas de intrusos por cada millón de células normales, pero los pulmones pueden tolerar miles de células extrañas por cada millón. Las células fetales hacen un buen trabajo colonizando el cuerpo de Mamá desde que tienen el poder, al igual que el de células externas, de convertirse en múltiples tipos de tejidos, dependiendo de dónde se encuentren.

                                           

Al principio, los investigadores asumieron que los trasplantes microquiméricos podrían dañar el recipiente. Muchos científicos que estudiaron el microquimerismo también estudiaron las enfermedades autoinmunes, que ocurrían tres veces más en mujeres que en hombres. Los científicos han razonado que quizás en sistema inmunitario de la madre, mientras trata de exterminar las células fetales dentro de ella, inadvertidamente causa daños colaterales a sus propios tejidos. Los estudios han profundizado enlazando altos niveles de células microquiméricas con algunas formas de lupus, cirrosis y enfermedades de la tiroides. Los estudios con gemelos también han encontrado altos niveles de microquimerismo en mujeres con múltiples esclerosis.
Aún hay mucha evidencia de que las células microquiméricas previenen algunas enfermedades. Los científicos han documentado casos donde las células quiméricas retardaban la diabetes y enfermedades del hígado, por ejemplo. Las células fetales, por su poder como células externas, pueden reparar tejidos dañados: son esencialmente un trasplante de células más jóvenes y saludables en órganos agotados. Incluso de forma más intrigante, el microquimerismo puede ayudar a proteger contra ciertos tipos de cáncer. Las mujeres con cáncer de mama, por ejemplo, normalmente tienen bajos niveles de microquimerismo que las que no han desarollado la enfermedad, sugiriendo una posible función de las células fetales para ayudar a nuestro cuerpo a detectar y destruir tumores. De modos similar, cuando los pacientes con ciertos tipos de leucemia reciben una transfusión de sangre de un cordón umbilical de no familiares (sangre recogida poco después del nacimiento, de la placenta o el cordón umbilical) los índices de recaída disminuyen. Esto ocurre porque la sangre del cordón contiene células inmunes maternas que las mujeres desarrollan en respuesta al embarazo, y que luchan contra las células cancerosas en el recipiente.
Determinar los efectos de las células híbridas se consigue de manera aún más complicada en el cerebro. Hasta hace poco, los científicos ni siquiera sabíamos que las células microquiméricas podían invadir el cerebro, dice Johnson, en parte por la barrera cerebro-sangre (un cortafuegos celular que aísla el cerebro del cuerpo en sí, mucho más que al feto en su útero). Pero el último año, un equipo de investigadores, dirigidos por el inmunólogo Willian Chan y J. Lee Nelson en el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle, demostró que la barrera cerebro-sangre es tan porosa como la planceta. Su certificación de microquimerismo en el cerebro humano (lo primero) “es muy alentador” y debería finalmente abrir la investigación en cómo el microquimerismo podría afectar a la función cerebral y a las enfermedades cerebrales, según Gerald Udolph, un biólogo del Instituto de Biología Médica en Singapur.
El equipo de Chan y Nelson introdujeron pruebas de ADN en cerebros de 59 mujeres que murieron en edades comprendidas entre 32 y 101. Para simplificar las cosas, buscaron genes sólo del cromosoma Y (las mujeres no deberían tener ningún cromosoma Y en el ADN, así que descubrirlos mostraría fuertes evidencias hacía la presencia de células microquiméricas). Al final, los científicos encontraron evidencias de ADN de células masculinas en el 63% de los sujetos, distribuidas en múltiples regiones cerebrales. Una mujer que dio positivo murió a los 94, bien superada la etapa fértil, significando que las células masculinas se habían aferrado a ella durante casi medio siglo.
¿Dónde apareció el ADN masculino en el cerebro? Sobre todo, en las zonas de los lóbulos parietales y temporales de las muestras estudiadas; los lóbulos occipitales y temporales lo contenían en tasas menores. El ADN masculino se encontró en un 35% y 40% de las muestras del tálamo y del hipocampo respectivamente, y en el 90% de las muestras de médula, la parte del bulbo raquídeo por encima de la médula espinal. Esto no debería tomarse como números absolutos, porque el equipo tenía muestras pequeñas, y ni siquiera intentaron buscar células microquiméricas de mujeres. Pero la amplia distribución es importante, según Udolph, porque muestra que las células fetales “podrían ser capaces de contribuir a la funcionalidad de muchas, o quizá todas, las áreas cerebrales. El seguimiento de múltiples zonas cerebrales también podría demostrar que esas células son maleables.”

                       

Todavía, el estudio levanta más preguntas de las que responde. Chan y Nelson no saben si las células masculinas de ADN encontradas pueden venir de neuronas o de otras células cerebrales, aún menos si las células invasoras afectan a la memoria, percepción u a otras facetas de la mente. Sin embargo, estudios animales dan una idea de lo que ese tipo de células podrían hacer.
Los experimentos de Udolph han mostrado que en madres ratones, las células fetales se convierten en neuronas totalmente capacitadas e intervienen en procesos cognitivos. A pesar del diferente ADN, no hay evidencia de que esas neuronas puedan hacer que las madres piensen de forma diferente, dijo, pero esta afluencia “puede ser vista como una forma de ocurrencia natural de un trasplante de células externas” que puede reparar defectos en el cerebro y devolver la función normal. A un nivel más general, dado todo el tráfico celular de doble sentido, “el dogma de cada célula en nuestro cuerpo genéticamente idéntico tiene que ser revisado”, dice.
El trabajo de Nelson y Chan también explora un potencial enlance entre el microquimerismo y el Alzheimer. Cuanto más a luz da una mujer, mayor riesgo tiene de padecer Alzheimer. Nelson razonó que quizás una acumulación de células fetales en el cerebro puede contribuir a esa condición. Sorprendentemente, el estudio demostró lo contrario. Las mujeres tenían un 60% menos de posibilidades de tener Alzheimer si su cerebro hospeda células microquiméricas masculinas. Nelson advierte que estudios posteriores pueden alterar significativamente esta imagen, pero por ahora el microquimerismo no parece ser una causa. Si los resultados se sostienen, pueden dar una nueva guía para retardar o prevenir el Alzheimer.
El microquimerismo también puede jugar un papel en el desarrollo infantil. Un feto en el útero está expuesto a muchas células maternas. Una mujer también tiene células de su madre almacenadas en sus órganos, desde sus días de feto. Así que cada mujer embarazada tiene al menos tres generaciones de células en su interior. Si una futura madre ha estado embarazada antes, las células del primer embarazo podrían también estar en la mezcla. De hecho, hay evidencias de que los hermanos mayores pueden transmitir sus células a los hermanos más jóvenes por el útero.
Este paso de células podría tener consecuencias reales. Como el feto crece semana a semana, los genes seguros se apagan y encienden, y las células producen diferencias bioquímicas y se comportan de diferentes formas, dependiendo del diferente estado de desarrollo en el que se encuentre. Pero las células de un hermano mayor que también ha pasado por esas etapas de desarrollo podrían ser demasiado “viejas” para el cuerpo del feto, según sostiene Nelson, y podrían comportarse de forma inadecuada si se incorporan. Quizás no signifique nada. Pero el intervalo y el orden de nacimiento parecen afectar a aspectos del desarrollo. Los hombres tienen mayor probabilidad de ser homosexuales, por ejemplo, si tienen hermanos varones biológicos mayores. Los científicos actualmente atribuyen este efecto a una posible respuesta inmune de la madre, pero quizás las células del hermano varón mayor juegan un papel también. Y lo que es más, cuanto más cercano esté el nacimiento de dos hermanos biológicos, más probable es que el menor sea autista. Un intervalo de nacimiento de menos de un año incrementa en tres veces las probabilidades. Nadie sabe qué rol (si lo hay) podría tener el microquimerismo en el desarrollo de los hermanos (o en la función cerebral). “Es una pregunta abierta”, dice Nelson. Pero menores niveles de células extrañas pueden afectar a cómo funcionan los órganos, anota, así que es al menos biológicamente posible. Johnson del Tufts añade que ahora es legítimo preguntar si las células microquiméricas podrían afectar incluso a las preciadas facultades humanas como la memoria y el aprendizaje.

              

Normalmente pensamos que un cuerpo puede contener sólo a una persona. Nuestras células incluso producen marcas especiales en la superficie para distinguir lo propio de lo ajeno. Pero en quiméricas como Lydia Fairchild las células de dos personas distintas conviven en el mismo cuerpo: ella es casi su propia gemela celular. Casos como el suyo fascinan a los científicos porque vencen a nuestras nociones sobre la identidad.
El microquimerismo “cambia la forma en la que miras la experiencia humana”, dice Johnson. Estamos unidos con grilletes a nuestras madres, aprecia, “y tener ese movimiento cognitivo de “estás en mis pensamientos” a “estás presente en mí” es algo poderoso. Estás tomando una relación y volviéndola algo físico.”
La relación madre-hija es especialmente significativa para Johnson. Él empezó estudiando el microquimerismo en 1999, unos años antes de que su propia madre muriera en una enfermedad autoinmune del hígado. Durante ese tiempo, el constantemente compartió sus descubrimientos con ella, incluyendo la evidencia temprana de que las células microquiméricas pueden luchar contra enfermedades, no sólo causarlas. Así que cuando la enfermedad de su madre progresó, encontró consuelo en la posibilidad de que sus células estuvieran batallado por su bien dentro de ella, prolongando su vida al menos un poco.
Incluso ahora, Johnson puede consolarse en otro hecho: por el intercambio en doble sentido de las células en el útero, él casi seguramente tenía algunas de las células de su madre dentro de él. De alguna forma, entonces, ella no se había ido. “Cuando tú estás con alguien en el final de sus días, lo que pasa a través de tu mente es la inmortalidad”, dijo. “Y para mí la inmortalidad no es vivir para siempre, sino influir.” Porque las células de su madre continúan actuando dentro de él, contribuyendo a cómo su cuerpo (y quizás incluso su mente) trabajan, su madre ha logrado un tipo de “influencia celular perpetua”, dijo (un modesto tipo de inmortalidad).

Alguna gente incluso enfrenta el tipo de crisis de identidad o legal que enfrentó Lydia Fairchild. Pero a lo largo de la influencia del quimerismo, todos nosotros existimos en un continuo con él. Todos llevamos un poco de alguien dentro de nosotros, y sus células influyen en casi cada órgano de nuestro cuerpo. Cuando describimos lo que todo esto quiere decir, a Nelson le gusta citar Song of Myself, de Walt Whitman. A pesar del título, el poema no se milita a un narrador o una perspectiva. Abarca muchos puntos de vista, y algunas de sus líneas más celebradas presagian la nueva realidad biológica y psicológica del quimerismo. “Cada átomo me pertenece tanto a mí como a ti” escribió Whitman. Y “soy grande, contengo multitudes”. Gracias al microquimerismo, así es.

                Bisabuela, abuela, madre e hija

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