domingo, 23 de junio de 2013

Confesiones de un sociópata (7-5-2013) M.E. Thomas

Ella es una exitosa profesora de derecho, y también los domingos en el colegio, con muchos familiares y amigos. Pero sus cálculos interpersonales se centran en cómo manipular y aventajar a la gente de su entorno. Bienvenido a un mundo de implacable análisis coste-beneficio, encanto y grandiosidad.
            “Nunca he matado a nadie, pero desde luego, he querido hacerlo. Puedo tener un trastorno, pero no estoy loca. En un mundo lleno de pesimismo, de cosas mediocres que  llevan a ninguna parte en una carrera de locos, la gente es atraída por  mi excepcionalidad como las polillas a la luz. Esta es mi historia.
            Una vez, mientras visitaba Washington D. C., usé una escalera mecánica que estaba cerrada, y un trabajador del Metro intentó avergonzarme al respecto:
            Él: ¿No has visto la cancela amarilla?
Yo: ¿La cancela amarilla?
Él: Acabo de ponerla, ¡y estabas pretendiendo pasar al otro lado!
Yo: (Silencio. Mi cara estaba blanca).
Él: ¡Es una transgresión! ¡Está prohibido! La escalera mecánica está cerrada, ¡has infringido la ley!
Yo: (Le miré fijamente en silencio).
Él: (Visiblemente agitado por mi falta de reacción): Bueno, la próxima vez no lo hagas”.
No estaba bien. Explicando sus horribles acciones, la gente a menudo dice que ellos “sólo gritaron”. Conozco ese sentimiento. Estuve ahí un momento, dejando que mi ira buscara esa parte de mi cerebro de toma de decisiones, y de repente estuve llena de un sentido de calma a propósito. Parpadeé y coloqué mi mandíbula. Empecé a seguirle. La adrenalina empezó a fluir; mi boca sabía a metal. Luché para mantener mi visión periférica enfocada, siendo totalmente consciente de todo lo que me rodeaba, intentado predecir el movimiento de la multitud. Esperaba que él entrara en una sala donde pudiera encontrarle solo. Una imagen vino a mi mente: mis manos rodeando su cuello, mis pulgares hundiéndose profundamente en su garganta, su vida escabulléndose bajo mi apretón constante. Qué bien me haría sentir. Pero sé que estaba dentro de una fantasía megalomaníaca. Y al final no importaba; perdí su pista.”

            Soy sociópata

            El remordimiento es extraño para mí. Tengo una inclinación a la mentira. Soy libre del enredo y de las emociones irracionales. Soy estratégica y astuta, inteligente y segura, pero también me esfuerzo para reaccionar apropiadamente a las pistas sociales confusas y dirigidas por emociones de la gente.                   
            No fui víctima de abuso infantil, y no soy una asesina o una criminal. Nunca he merodeado tras los muros de la prisión; prefiero estar cubierta por la hiedra. Soy una abogada consumada y una profesora de derecho, una joven académica respetada quien regularmente escribe para revistas de derecho y para el avance de teorías legales. Dono el 10% de mi sueldo a la caridad y enseño los domingos en un colegio para la Iglesia Mormona. Tengo un círculo cerrado de familiares y amigos, a los cuales quiero mucho, y ellos a mí. ¿Esto suena como tú? Recientemente se estima que 1 de cada 25 personas es sociópata. Pero tú no eres un asesino en serie, ¿nunca has estado en prisión? La mayoría de nosotros no. Sólo el 20% de los hombres y mujeres en prisión son sociópatas, aunque probablemente somos responsables de aproximadamente la mitad de todos los crímenes serios cometidos. No hay muchos sociópatas encarcelados. De hecho, la silenciosa mayoría vivimos libre y anónimamente, trabajando, casándose y teniendo hijos. Somos una legión, y diversa.
            Te caería bien si me conocieras. Tengo el tipo de sonrisa que es común en los  personajes de los shows de televisión y rara en la vida real, perfecta en estas dimensiones de dientes brillantes, y hábil para expresar una invitación agradable. Soy el tipo de cita que te encantaría llevar a la boda de tu ex (divertida, excitante, la perfecta acompañante oficial). Y tengo la cantidad exacta de éxito con la que tus padres estarían entusiasmados si me llevaras a casa.
            Quizás, el aspecto más notorio de mi confidencia es la manera en la que mantengo el contacto visual. Alguna gente lo denomina la “mirada fija de depredador”. Los sociópatas estamos impávidos ante el contacto visual ininterrumpido. Nuestro fallo de mirar educadamente también se percibe como ser agresivo o seductor. Esto puede confundir a la gente, pero a menudo, de una manera emocionante imita el sentimiento inquietante de pasión. ¿Alguna vez te has descubierto usando el encanto y la confianza para conseguir que la gente haga cosas por ti que no harían de otra manera? Alguien puede llamarlo manipulación, pero a mí me gusta pensar que estoy usando lo que Dios me ha dado.
            Era una niña perceptiva, pero no podía relacionarme con la gente más allá de divertirles, lo que era sólo otra forma para mí de hacerles hacer o comportarse de la manera en la que quería que lo hicieran. No me gustaba que me tocaran y rechazaba el afecto. El único contacto físico que solía desear entrañaba violencia. El padre de un amiga de la escuela elemental tenía que apartarme a un lado y pedirme severamente que dejara de golpear a su hija. Ella era una cosa delgada, fibrosa, con una risa ridícula, como si estuviera pidiendo que la abofetearan. Yo no sabía que estaba haciendo algo malo. Ni siquiera se me ocurrió que podría herirla o que podría no gustarle.

                                          
           
            Un caótico entorno de crecimiento

            Era la hija mediana en una familia con un padre violento y una indiferente, a veces histérica, madre. Era reacia a mi padre. Él era un sostén familiar de muy poca confianza, y  a menudo volvíamos a casa encontrándola sin electricidad porque hacía meses que no pagábamos el recibo. Él gastaba miles de dólares en hobbies caros, mientras que llevábamos naranjas de nuestro patio trasero para el almuerzo. El primer sueño recurrente que puedo recordar era sobre matarle con mis propias manos. Había algo emocionante en la violencia en sí misma, destrozando la puerta en su cabeza repetidamente, sonriendo hasta que cayera sin sentido al suelo.
            No me importaba discutir con él. Hice un punto de no regreso de nuestras peleas. Una vez, en mis diez años, discutimos sobre el significado de una película que habíamos visto. Le dije “cree lo que quieras”, y entonces me fui.  Me metí en baño de arriba, gritando y cerrando la puerta. Sabía que él odiaba esta frase (mi madre la había usado antes), y mi repetición de eso presentaba el espectro de otra generación de mujeres en su casa que rechazaran respetarle o apreciarle, y en vez de eso, lo despreciaran. También sabía que él odiaba las  puertas cerradas. Sabía que esas cosas podían herirle, que era lo que quería.
            “¡Abre, abre!”. Hizo un agujero en la puerta, y pude ver que su mano estaba sangrando e hinchada. No me preocupaba su mano, y tampoco estaba encantada de que se hiriera, porque sabía que eso le daba la satisfacción de estar afectado por tanta pasión, que podría ignorar su propio miedo y sufrimiento. El siguió trabajando en el agujero dentado hasta que fue lo suficientemente grande como para pegar su cara al otro lado; estaba sonriendo tan ampliamente que se le veían los dientes.
            Mis padres ignoraban mis complicadas y evidentes maneras de manipular, engañar y engatusar a otros. Ellos se negaban a ver que yo asociaba los conocimientos de la infancia sin realmente formar conexiones, nunca viéndolas como algo más que el movimiento de los objetos. Mentía todo el tiempo. También robé cosas, pero más a menudo podía sólo engañar a los niños para que me lo dieran. Imaginaba a la gente en mi vida como robots que se apagaban cuando no estaba interactuando directamente con ellos. Me escabullía en las casas de la gente y reorganizaba sus pertenencias. Rompí cosas, quemé cosas y herí a gente.
            Hice lo mínimo necesario para insinuarme dentro de las buenas acciones de cada uno, así que podía conseguir lo que quisiera: comida cuando la despensa de mi familia estaba vacía, que me llevaran a casa o a actividades si mis padres estaban desaparecidos en combate, invitaciones a fiestas, y la cosa que más ansiaba, el miedo que infundía en otros. Sabía que era la única con poder.
            Agresión, toma de riesgos, y una falta de conocimiento para la propia salud de uno, o de otros, son distintivos de la sociopatía. Cuando tenía 8 años, casi me ahogué en el océano. Mi madre dijo que cuando el socorrista me sacó del agua y me hizo el boca a boca, lo primero que emití fueron jadeos de risa. Aprendí que la muerte podría venir en cualquier momento, pero nunca tuve miedo de eso.
            Antes de mi 16 cumpleaños, me puse muy enferma. Normalmente guardaba estas cosas para mí misma. No me gustaba meter a otros en mis asuntos personales, porque era invitar a otros a que interfirieran en mi vida. Pero ese día, le conté a mi madre el dolor punzante bajo mi esternón. Después de que expresara su exasperación usual, me dio medicina de hierbas y me dijo que descansara. Fui al colegio a pesar de estar enferma. Todos los días mis padres tenían un nuevo remedio; llevaba una pequeña bolsa de medicinas conmigo (de la tripa, homeopáticos cura todo...).
            Pero todavía me dolía. Toda la energía que solía emplear en encantar a otros se dirigió a controlar el dolor. Dejé de asentir y sonreír; en su lugar, les miraba con ojos muertos. No tenía filtros para mis pensamientos secretos; les dije a mis amigos lo feos que eran y que merecían las malas cosas que les ocurrieron. Sin el aguante para calibrar mi efecto en la gente, me abracé a mi maldad.
            Mi dolor abdominal emigró a mi espalda. En este punto, pasaba la noche durmiendo en el coche de mi hermano. Después, mi padre miró mi torso y vio que algo estaba mal. De mala gana, dijo: “Iremos al médico mañana”.
            El día siguiente, en el médico, el doctor habló en tono enfadado. Mi madre se hundió en el silencio, en una negación semi-catatónica, el estado en el que se hundía cuando mi padre golpeaba cosas. El doctor preguntó: Si sentiste dolor, ¿qué has estado haciendo los últimos 10 días? Entonces perdí el conocimiento. Cuando volví en mí, oí gritos y a mi padre convenciendo al doctor de que no llamara a la ambulancia. Pude sentir su desconfianza hacia él.
            Pude ver el pánico salvaje en los ojos de mi padre. Mi madre y él me dejaron sufrir durante casi una semana porque, como descubrí más tarde, nuestro seguro médico familiar había caducado. Cuando me desperté después de la cirugía, vi a mi padre supervisándome con cansado enfado. Mi apéndice estaba perforado, las toxinas se arrojaron en mi tripa, me volví séptica con la infección, y los músculos de mi espalda se empezaron a gangrenar. “Podrías haber muerto; los doctores están muy enfadados” dijo mi padre, como si debiera disculparme a todo el mundo. Pienso que mi sociopatía estaba desencadenada en gran parte porque nunca aprendí a confiar.

    ¿Por qué un juicio es el capricho de un sociópata?

El narcisismo de mi padre le hacía amarme por mis logros, porque reflejaban bien en él, pero también le hacían odiarme porque nunca encajé en su auto-imagen, que era todo lo que le preocupaba. Creo que hice muchas cosas que él hizo (jugar al baloncesto, tocar en una banda, asistir a la escuela de derecho) así que él podía saber que yo era mejor.
Me encantaba sacar notas altas en el colegio; significaba que podía escabullirme de cosas que otros estudiantes no. Cuando era joven, lo que me entusiasmaba era el riesgo de descubrir qué poco podía estudiar para sacar un sobresaliente. Era lo mismo para ser abogada. Durante el examen para ser abogado en California, la gente lloraba del estrés. El centro de convención donde nos examinábamos parecía un centro de asistencia de desastres, con la gente desesperándose intentando recordar todo lo que habían memorizado durante las ocho semanas anteriores (semanas que yo pasé de vacaciones en México). A pesar de estar desafortunadamente enferma me preparé muchos patrones, y era capaz de mantener la calma y focalizar mi energía en maximizar el conocimiento que tenía, aprobando mientras otros suspendían.
Pese a mi pereza y falta general de interés, fui una gran abogada cuando quería. En un momento dado, trabajé como fiscal en el departamento de delitos menores de la oficina del distrito de abogados. Mis rasgos sociópatas me hicieron particularmente excelente en ser abogada litigante. Soy buena bajo presión. No siento culpa o remordimiento, lo que es útil en este negocio sucio. Los fiscales de delitos menores casi siempre tienen que meterse en juicios con casos en los que nunca habían trabajado antes. Todo lo que puedes hacer es engañar y esperar a estar listo para enredarte en eso. La cosa con los sociópatas es que somos en gran medida inafectados por el miedo. Además, la naturaleza de si el crimen es o no legal no me incumbe; sólo estoy interesada en ganar el juego legal.
Cuando estaba en una firma de abogados, me asignaron trabajar para una asociada senior llamada Jane. Me basé en una de las oficinas satélite de la firma, así que sólo la vi una vez cada pocas semanas. En las firmas de abogados, se supone que vas a tratar a tu asociado senior como si fuera la última autoridad, y Jane se tomó seriamente esta estructura. Podrías decir que ella nunca disfrutó de su poder en ninguna otra esfera social. Su piel pálida moteada con la edad, dieta pobre e higiene regular eran evidencias de una vida pasada fuera de la élite social. Ella quería llevar bien su poder, pero ella era torpe con él (pesado), sosteniéndolo en circunstancias seguras y siendo una pusilánime en otras. Ella era una entretenida muestra de poder y duda propia.
No era su mejor asociada, y Jane creía que yo era indigna de todo eso que yo había conseguido. Ponía mucho esfuerzo en vestir apropiadamente, mientras que yo llevaba chanclas y camisetas de manga corta en cada oportunidad medio razonable. Mientras ella facturaba tantas horas como era humanamente posible, yo explotaba las vacaciones policiales inexistentes tomándome fines de semana de tres días y vacaciones de largas semanas.
Un día entramos juntas en el ascensor. Había también dos hombres altos y guapos dentro. Ambos trabajaban arriesgando capital en el edificio. Se podría decir que recibían bonus multimillonarios y probablemente llegaban regularmente en uno de los Maseratis aparcados escaleras abajo. Los hombres discutían sobre la sinfonía que habían escuchado la noche antes (yo también la había oído, pensando que normalmente no lo hago). Casualmente les pregunté por ella.
Se iluminaron: “¡Qué suerte haberte encontrado! Quizá tú puedas resolver una disavenencia; mi amigo piensa que era el segundo concierto de piano de Rachmaninoff que se representó esa noche, pero yo pienso que era el tercero”. “Era el segundo”. Importaba mucho cuál era la respuesta correcta.
Los hombres me dieron las gracias y dejaron el ascensor dejándonos a Jane y a mí viajar hacia la oficina en el silencio suficiente para que ella contemplara las dimensiones de mi superioridad intelectual y social. Estaba nerviosa por el tiempo que tardamos hasta llegar a su oficina, donde se suponía que hablaríamos de nuestro proyecto. En vez de eso, hablamos sobre sus elecciones vitales cuando tenía 18, sus preocupaciones e inseguridades sobre su trabajo y su cuerpo y su atracción hacia las mujeres a pesar de estar casada con un hombre. 
Después de eso, sabía que cada vez que me viera, su corazón revolotearía; estaría preocupada sobre las vulnerabilidades secretas que me había confesado, y se preguntaría sobre si desvestirme o abofetearme en la cara. Sabía que por un largo tiempo yo poseería sus sueños. El poder es nuestra propia recompensa, pero con su particular dinámica establecida, yo usaba el miedo al cáncer de mama y el procedimiento del paciente externo en un período de vacaciones de tres semanas, como otra forma de recompensa.

                                        
Un triángulo amoroso de mi creación 

Me gusta imaginar que he “arruinado a gente” o seducido a alguien hasta el punto de ser irreparablemente mío. Tenía citas con Cass durante un tiempo, pero finalmente perdí el interés. Él, sin embargo, no lo perdió. Así que intenté encontrarle otros usos. Una noche fuimos a una fiesta donde encontré a Lucy. Ella era llamativa, particularmente en su similitud a mí, lo que me hacía querer arruinarla. Hice los cálculos (Lucy está enamorada de Cass, Cass lo está de mí, tenía un poder insospechado en Lucy). Bajo mi mando, Cass empezó a perseguir a Lucy. Descubrí todo lo que pude sobre Lucy de sus amigos cercanos: nacimos el mismo día en distinas horas, teníamos los mismos gustos, las mismas mascotas molestas, y el mismo estilo de perturbación: una comunicación cuasi-formal. En mi mente, ella era mi alter ego.
Durante tanto tiempo como Lucy tenía citas con Cass, le mantuve como mi pieza arrimada a mí: podía inducirle a hacer y romper citas con ella en mi favor. Él sabía que lo estaba usando para arruinarla. Cuando empezó a sentir remordimientos de conciencia, rompí con él. Esperé hasta que centró toda su atención en Lucy, esperé hasta que ella sintió que las esperanzas de ella crecían, y entonces lo llamé de nuevo. Le dije que éramos importantes para el otro y que solo lo estaba probando.
Lucy hizo cosas peores para sí misma (no guardaba las cosas personales en privado, particularmente de gente como yo que podía usar la información en contra de ella). Mientras tanto, sus amigos a veces pensabas que yo era ella. Las cosas no pudieron haber ido más perfectamente.
Lo que lo mantuvo interesante fue mi genuina debilidad por Lucy. Casi quería ser una verdadera amiga. Sólo pensarlo me hacía salivar. Pero cuando se volvió un desierto demasiado rico, empeecé a eludirla. Hice que Cass rompiera con ella.
¿Qué hice realmente a Lucy? Nada. Ella cogió a un chico y lo besó. Le gustaba ese chico. Le veía varias veces por semana, a veces con su espeluznante amiga (yo). Después de un tiempo, no funcionó. Al final, no arruiné nada de ella. Ella está casada ahora y tiene un buen trabajo. La peor cosa que hice fue propagar un romance que ella creía que era sincero, uno que mantuve (lo mejor que pude) para romperla el corazón. Sé que mi corazón es más negro y frío que el de mucha gente; quizá eso es por lo que es tentador romper el suyo.

¿Qué es malvado, realmente? 

La Iglesia de Jesucristo de los Santos del último día es un sueño sociópata. Los mormones creen que todo el mundo tiene el potencial para ser como Dios quiere (yo también lo creo). Cada ser es capaz de la salvación, mis acciones son lo que importa, no mis pensamientos despiadados, no mis motivaciones malvadas. Todo el mundo es un pecador, y nunca me he sentido fuera de esta norma.
Cuando acudía a la Brigham Young (donde los estudiantes eran incluso más creyentes que los corrientes mormones) había infinidad de oportunidades para defraudar. Robé lo perdido y encontrado, diciendo que había perdido un libro, pero entonces podía tomar el libro “encontrado” de la biblioteca y venderlo. O podría coger una bici estropeada que estuviera en el mismo lugar durante días. Descubridores, cuidadores. 
Pero soy funcionalmente una buena persona (le compré una casa a mi amiga más cercana, le di a mi hermano 10.000$, y soy considerada una profesora servicial). Amo a mi familia y a mis amigos. Todavía no estoy motivada o preocupada por las mismas cosas que la mayoría de la gente buena.
No me importa dar la impresión de que no deberías preocuparte sobre los sociópatas. Sólo porque tengo una alta funcionalidad y no soy violenta no significa que no haya muchos sociópatas estúpidos, desinhibidos o peligrosos ahí afuera. Yo misma trato de escapar de la gente como esa; después de todo, no es como si los sociópatas nos diéramos pases para evitar el acoso.
A pesar de haberlo imaginado muchas veces, nunca he agarrado la garganta de nadie. Aunque me pregunto si lo hubiera cultivado en un hogar más abusivo, donde podría haber tenido las manos llenas de sangre. La gente que comete crímenes atroces (sociópatas o empáticos) no está más dañada que el resto, pero ellos  parece que tienen menos que perder. Es fácil imaginar a una versión de 16 años de mí misma siendo esposada con un mono naranja. Si no tuviera a nadie a quien amar o nada que lograr, quizás. Es difícil decirlo.


                                                     

10 comentarios:

  1. Los Dioses y el terrorismo
    Los sociopatas se creen dioses.
    Lo que no admiten, es la responsabilidad de la extrema derecha en la aparición del terrorismo y eso se llama complicidad.

    Hacen creer a otros gobierno que la única forma de acumular riquezas, lucro y poder; es con practicas de control de la población de los seres humanos, Genocidio, Guerras, sitios a ciudades, Exclusión por la fuerza de territorios y sus recursos asociados. Aborto obligatorio, Infanticidio, Eugenesia.

    Llegando a su máxima genialidad de control poblacional con el negocio de la salud.
    Reclutando a todo tipo de sociopatas,sicopatas, etc. para darles infraestructura, información, educación (medicos), todo para maximizar las ganancias.
    Si tienes dinero buena suerte si no lo tienes mala suerte.

    Si la mayoría de los indigenas han sido exterminados, entonces en tiempo de crisis, a quienes les aplican la política de control poblacional??????????????

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  2. Es un planteamiento interesante. Sin embargo, desde mi modesto punto de vista, no creo que haya tanto sociópata "colocado" que ordena a los Gobiernos qué hacer. Son éstos los que toman las decisiones, muchas veces desacertadas, e incluso las de "control poblacional". De todos modos, ¿en qué te basas para decir que los recultan para darles infraestructuras, y con ello maximizar sus ganancias?

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  3. El mayor logro del diablo es hacerte creer que no existe y es muy evidente que hasta para un estudiante de psicología nivel licenciatura pueda descubrir a una persona como la del relato tan fácilmente pues no pasa desapercibida ni en la trama de la escuela ni en las fiestas, un sociópata altamente funcional nunca demuestra su inteligencia y egocentrismo frente a otros, pues es mas facil hacerle creer a los demas que estas en su nivel o en un nivel inferiror a ellos y de esa manera se puede lograr el verdadero objetivo y salir bien librado.

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    1. Y es así, como sigo navegando por aguas tranquilas. Dejándome llevar y a la vez tomando el control de todo, y de todos...

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    2. pon tu nombre y dirección y con gusto te hago una demostración de tortura...

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  4. El no creer en el diablo no te va a proteger de el

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  5. Esa carta es más falsa. Mi ex novia por 10 años psicópata hasta el hueso es abogado Y NO SON BUENOS PROFESIONALES. Son IRRESPONSABLES y no hacen nada, no cumplen horarios, llegan tarde a todo -lo que no les importa en ese momento - Yo clientes se decepcionan rápido de ellos. No son perseverantes. Tampoco son genios ni nada parecido. Es como dicen los expertos; parásitos, mentirosos, manipuladores, sin culpa y sin angustia, promiscuos, engañadores, se victimizan y usan a la gente, ademas ABUSADORES, nada de empatia. Tampoco son limpios, cosifican a las personas y eso es 100% cierto. Viven del cuento y de las fantasías. Despilfarran el dinero casi siempre el ajeno. Son impulsivos. ESA CARTA DE ARRIBA ES FALSA.

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    1. jaja se ve que estás muy ardilla con tu ex vieja porque te manipuló a su antojo. No dudo que la bruja sea una desobligada, puerca y tonta. Pero todo depende de cada una de las personalidades. No puedes echar a los psicópatas en una bolsa, así como no lo puedes hacer con toda la gente "normal". Lo bueno que sobreviviste a ella, se ve que te absorbía la vida y capaz que hasta pensaba ella en próximamente matarte cuando ya no le sirvieras...

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