Células de un
hermano, hijo, o posiblemente incluso de un amante largamente olvidado pueden
persistir en nuestros cuerpos durante décadas, aunque todavía se sabe poco
acerca del rol que juegan los intrusos genéticos. La investigación sobre el
fenómeno ha revelado tentadores enlaces con enfermedades autoinmunes y cambios
en el cerebro, a la vez que levantan complicadas preguntas sobre identidad.
Debería haber un
test de paternidad rutinario. En 2002 Lydia Fairchild (madre de dos hijos y
embarazada del tercero) apeló al estado de Washington por prestaciones
sociales. Debido a que casi recibió apoyo con sus hijos de su, a veces novio
Jamie Townsend, el estado requirió una audiencia oral para determinar cuánta
ayuda social sería la adecuada. El estado demandó tests de paternidad para
probar que Townsend era el padre, y así ambos poder entregar células de un
frotis bucal. Unas cuantas semanas después, Fairchild recibió una llamada del
departamento de servicios sociales. Los oficiales de allí querían charlar. En
persona.
Cuando llegó,
los oficiales cerraron la puerta. Fairchild notó hostilidad y dijo que la
acribillaron con preguntas raras e insinuantes. Finalmente, revelaron la razón
del interrogatorio. La prueba de ADN había probado que Townsend era el padre.
Pero estaba descartado que Fairchild fuera la madre, y ella dijo que el estado
no creía que el niño fuera realmente suyo.
Estupefacta,
Fairchild condujo hasta casa y sacó los certificados de nacimiento de su hija,
y fotografías de cuando ella misma era pequeña. Llamó a su madre y se echó a
llorar. El estado, mientras tanto, había enviado el ADN a un segundo
laboratorio. En unas semanas se confirmaron los resultados obtenidos por el
primero.
Las cosas fueron
liosas a partir de ahí, como un corte en la rutina que deterioró es una
investigación de las relaciones de Fairchild con su hijo. Los fiscales
estatales no sabían si actuaba como sustituta o si había secuestrado al niño, y
Fairchild estaba preocupada de que el estado pudiera investigarla por fraude a
los servicios sociales. También temía que los servicios sociales se llevaran a
su hija, e hizo acuerdos secretos para esconderse si fuera necesario.
El juez en el
caso esperó que los inminentes datos necesarios aclararan las cosas. Designó a
un testigo para vigilar la cuna en la habitación y que vigilara que la sangre
venía de Fairchild y de su bebé, para más pruebas. Fairchild estuvo de acuerdo
con esto, pero de nuevo la prueba dio negativo. Su ADN indicaba que el bebé que
acababa de salir de su canal del parto no era suyo.
Los fiscales
estaban perplejos. Uno de ellos empezó a buscar en la literatura médica y
encontró un caso similar en 1998, que concernía a una mujer en Boston que
necesitaba un trasplante de riñón. Sus tres hijos y ella se habían hecho
pruebas de ADN para encontrar a un donante válido. En vez de eso, descubrieron
que ella no podría ser posiblemente la madre de dos de ellos. Genéticamente, de
hecho, ellos parecían ser los hijos de su marido del hermano de ella, el tío de
los niños.
Por una
corazonada, los médicos examinaron el ADN en un nódulo tiroideo que ella se
había extirpado años atrás. Extrañamente, el ADN tiroideo coincidía con el ADN
de sus tres hijos. Tras esto, los doctores determinaron que la mujer tenía una
extraña condición llamada quimerismo; debido a un giro prenatal del destino,
ella era una mezcla genética de dos personas con diferentes células. Como
resultado, las células en algunos tejidos (piel y sangre) y en otros (su
tiroides y sus órganos reproductivos) tenían ADN diferente.
Tras estas
revelación, Fairchild dio más células para las pruebas de ADN, pero esta vez de
todo su cuerpo, incluyendo su cérvix. El plan funcionó. El ADN cervical era
diferente al de la piel y la sangre que había dado antes, pero encajaba perfectamente
con el de sus hijos. Como la mujer de Massachusetts, Fairchild fue declarada quimera,
y después de 16 meses de lucha legal, sus hijos eran oficialmente suyos de
nuevo.
El quimerismo es
una bestia extraña. Científicamente, es la persistencia de células de dos (o
más) personas en un cuerpo. Los números son vagos, pero muchos (si no todos)
humanos son probablemente un poco quiméricos, desde que las madres y los fetos
comúnmente intercambian células durante la gestación. Ese tipo de células
ciméricas pueden invadir órganos en todo el cuerpo, incluyendo el cerebro, y
los científicos han encontrado enlaces tentadores entre el quimerismo y las
enfermedades autoinmunes, en las que el sistema inmunitario del cuerpo ataca
sus propias estructuras. Más allá de las estrictas publicaciones médicas, el
quimerismo también aumenta las preguntas
psicológicas sobre el desarrollo de la identidad sexual en los niños, la
vinculación afectiva madre-hijo, e incluso lo que constituye el self (el “yo”).
La larga escala
de quimerismos en Lyidia Fairchild ocurrió cuando su hermano mellizo se metió
dentro de la matriz durante las primeras semanas de gestación. Los hermanos
mellizos vienen de dos ovarios separados y por tanto, tienen diferente ADN,
como hermanos separados normales. A veces, uno “consume” al otro absorbiendo
sus células.
El bebé único
resultante es un mosaico de diferente ADN en diferentes órganos. Un quimérico
de un hermano y una hermana puede ser hermafrodita; si son del mismo sexo,
puede tener partes de piel o los ojos de diferente color, pero, si no,
probablemente parecerá normal. En ausencia de una prueba extensa de ADN, ella
probablemente nunca lo hubiera sabido.
Este sigilo hace
difícil determinar la predominancia del quimerismo. Algunos científicos apuntan
a un cuarto de todos los gemelos terminan siendo únicos, pero la mayoría
comentan cifras más bajas. En cualquier caso, el número de quimeras esté probablemente
creciendo: la inseminación in vitro que incrementa las posibilidades de tener
gemelos en un 30% también se asocia con un incremento en la probabilidad del
quimerismo.
Este incremento
ha alarmado a algunos intelectuales legales. Visualizan situaciones donde un
quimérico viola, por ejemplo, y queda libre porque el ADN del esperma recogido
en la escena del crimen no encaja con el de la piel o la sangre que él entrega
a la policía. Por ahora, estos escenarios permanecen como teóricos, y fuera de
Lydia Fairchild, sólo el caso de la vida real que involucra al quimerismo era
más que era farsa. Un ciclista profesional que se había dopado con sangre
(inyectándose con algunas células de sangre de más para aumentar su
resistencia) aseguró que las células extrañas de su interior venían de un
gemelo desaparecido en el útero de su madre. El jurado que escuchó esta
declaración no se lo creyó.
Más común aún
que una amplia escala de quimerismo, es en microquimerismo: el quimerismo a
pequeña escala. El microquimerismo puede venir de trasplantes de médula ósea de
hueso, transfusiones pobremente preparadas de sangre, e intercambio de células
de gemelos en el útero; hay evidencia de que también dar el pecho puede pasar
células de la madre al hijo, y algunos científicos especulan que el sexo sin
protección puede contribuir. Pero la causa más común de microquimerismo es el
embarazo.
Según el
pensamiento tradicional, la placenta actúa de barrera entre la madre y el hijo
en el útero, preveniendo un intercambio de células entre ambos. Pero
investigaciones recientes muestran que la placenta es más más porosa de lo que
se pensaba, según Kirby Johnson, un biólogo de la Universidad Tufts. “Ahora
sabemos que la madre y su bebé tienen
que estar conectados. La comunicación basada en las células es esencial para un
embarazo saludable”.
Sobre todo, la
placenta permite la comunicación en doble sentido, con células fetales entrando
en Mamá, y células maternas deslizándose dentro del Hijo. (Incluso las células
tumorales pueden cruzar, y hay algunos casos bien documentados de madres
dándoles cáncer a sus fetos). Después de que las células crucen, algunas son
rodeadas y eliminadas por el nuevo sistema inmunitario. Muchas, sin embargo,
arraigan en el otro cuerpo, metiéndose en el corazón, hígado, riñones, bazo,
piel, páncreas, vesícula biliar e intestinos, además de otros lugares. Muchos
de esos órganos hospedan decenas de centenas de intrusos por cada millón de
células normales, pero los pulmones pueden tolerar miles de células extrañas
por cada millón. Las células fetales hacen un buen trabajo colonizando el
cuerpo de Mamá desde que tienen el poder, al igual que el de células externas,
de convertirse en múltiples tipos de tejidos, dependiendo de dónde se
encuentren.
Al principio,
los investigadores asumieron que los trasplantes microquiméricos podrían dañar
el recipiente. Muchos científicos que estudiaron el microquimerismo también
estudiaron las enfermedades autoinmunes, que ocurrían tres veces más en mujeres
que en hombres. Los científicos han razonado que quizás en sistema inmunitario
de la madre, mientras trata de exterminar las células fetales dentro de ella,
inadvertidamente causa daños colaterales a sus propios tejidos. Los estudios
han profundizado enlazando altos niveles de células microquiméricas con algunas
formas de lupus, cirrosis y enfermedades de la tiroides. Los estudios con
gemelos también han encontrado altos niveles de microquimerismo en mujeres con
múltiples esclerosis.
Aún hay mucha
evidencia de que las células microquiméricas previenen algunas enfermedades.
Los científicos han documentado casos donde las células quiméricas retardaban
la diabetes y enfermedades del hígado, por ejemplo. Las células fetales, por su
poder como células externas, pueden reparar tejidos dañados: son esencialmente
un trasplante de células más jóvenes y saludables en órganos agotados. Incluso
de forma más intrigante, el microquimerismo puede ayudar a proteger contra
ciertos tipos de cáncer. Las mujeres con cáncer de mama, por ejemplo, normalmente
tienen bajos niveles de microquimerismo que las que no han desarollado la
enfermedad, sugiriendo una posible función de las células fetales para ayudar a
nuestro cuerpo a detectar y destruir tumores. De modos similar, cuando los
pacientes con ciertos tipos de leucemia reciben una transfusión de sangre de un
cordón umbilical de no familiares (sangre recogida poco después del nacimiento,
de la placenta o el cordón umbilical) los índices de recaída disminuyen. Esto
ocurre porque la sangre del cordón contiene células inmunes maternas que las
mujeres desarrollan en respuesta al embarazo, y que luchan contra las células
cancerosas en el recipiente.
Determinar los
efectos de las células híbridas se consigue de manera aún más complicada en el
cerebro. Hasta hace poco, los científicos ni siquiera sabíamos que las células
microquiméricas podían invadir el cerebro, dice Johnson, en parte por la
barrera cerebro-sangre (un cortafuegos celular que aísla el cerebro del cuerpo
en sí, mucho más que al feto en su útero). Pero el último año, un equipo de
investigadores, dirigidos por el inmunólogo Willian Chan y J. Lee Nelson en el
Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle, demostró que la
barrera cerebro-sangre es tan porosa como la planceta. Su certificación de
microquimerismo en el cerebro humano (lo primero) “es muy alentador” y debería
finalmente abrir la investigación en cómo el microquimerismo podría afectar a
la función cerebral y a las enfermedades cerebrales, según Gerald Udolph, un
biólogo del Instituto de Biología Médica en Singapur.
El equipo de
Chan y Nelson introdujeron pruebas de ADN en cerebros de 59 mujeres que
murieron en edades comprendidas entre 32 y 101. Para simplificar las cosas,
buscaron genes sólo del cromosoma Y (las mujeres no deberían tener ningún
cromosoma Y en el ADN, así que descubrirlos mostraría fuertes evidencias hacía
la presencia de células microquiméricas). Al final, los científicos encontraron
evidencias de ADN de células masculinas en el 63% de los sujetos, distribuidas
en múltiples regiones cerebrales. Una mujer que dio positivo murió a los 94,
bien superada la etapa fértil, significando que las células masculinas se
habían aferrado a ella durante casi medio siglo.
¿Dónde apareció
el ADN masculino en el cerebro? Sobre todo, en las zonas de los lóbulos
parietales y temporales de las muestras estudiadas; los lóbulos occipitales y
temporales lo contenían en tasas menores. El ADN masculino se encontró en un
35% y 40% de las muestras del tálamo y del hipocampo respectivamente, y en el
90% de las muestras de médula, la parte del bulbo raquídeo por encima de la
médula espinal. Esto no debería tomarse como números absolutos, porque el
equipo tenía muestras pequeñas, y ni siquiera intentaron buscar células
microquiméricas de mujeres. Pero la amplia distribución es importante, según
Udolph, porque muestra que las células fetales “podrían ser capaces de
contribuir a la funcionalidad de muchas, o quizá todas, las áreas cerebrales.
El seguimiento de múltiples zonas cerebrales también podría demostrar que esas
células son maleables.”
Todavía, el
estudio levanta más preguntas de las que responde. Chan y Nelson no saben si
las células masculinas de ADN encontradas pueden venir de neuronas o de otras
células cerebrales, aún menos si las células invasoras afectan a la memoria,
percepción u a otras facetas de la mente. Sin embargo, estudios animales dan
una idea de lo que ese tipo de células podrían hacer.
Los experimentos
de Udolph han mostrado que en madres ratones, las células fetales se convierten
en neuronas totalmente capacitadas e intervienen en procesos cognitivos. A
pesar del diferente ADN, no hay evidencia de que esas neuronas puedan hacer que
las madres piensen de forma diferente, dijo, pero esta afluencia “puede ser vista
como una forma de ocurrencia natural de un trasplante de células externas” que
puede reparar defectos en el cerebro y devolver la función normal. A un nivel
más general, dado todo el tráfico celular de doble sentido, “el dogma de cada
célula en nuestro cuerpo genéticamente idéntico tiene que ser revisado”, dice.
El trabajo de Nelson
y Chan también explora un potencial enlance entre el microquimerismo y el
Alzheimer. Cuanto más a luz da una mujer, mayor riesgo tiene de padecer Alzheimer.
Nelson razonó que quizás una acumulación de células fetales en el cerebro puede
contribuir a esa condición. Sorprendentemente, el estudio demostró lo contrario.
Las mujeres tenían un 60% menos de posibilidades de tener Alzheimer si su
cerebro hospeda células microquiméricas masculinas. Nelson advierte que
estudios posteriores pueden alterar significativamente esta imagen, pero por ahora
el microquimerismo no parece ser una causa. Si los resultados se sostienen,
pueden dar una nueva guía para retardar o prevenir el Alzheimer.
El
microquimerismo también puede jugar un papel en el desarrollo infantil. Un feto
en el útero está expuesto a muchas células maternas. Una mujer también tiene células
de su madre almacenadas en sus órganos, desde sus días de feto. Así que cada
mujer embarazada tiene al menos tres generaciones de células en su interior. Si
una futura madre ha estado embarazada antes, las células del primer embarazo podrían
también estar en la mezcla. De hecho, hay evidencias de que los hermanos
mayores pueden transmitir sus células a los hermanos más jóvenes por el útero.
Este paso de
células podría tener consecuencias reales. Como el feto crece semana a semana,
los genes seguros se apagan y encienden, y las células producen diferencias
bioquímicas y se comportan de diferentes formas, dependiendo del diferente
estado de desarrollo en el que se encuentre. Pero las células de un hermano
mayor que también ha pasado por esas etapas de desarrollo podrían ser demasiado
“viejas” para el cuerpo del feto, según sostiene Nelson, y podrían comportarse
de forma inadecuada si se incorporan. Quizás no signifique nada. Pero el
intervalo y el orden de nacimiento parecen afectar a aspectos del desarrollo.
Los hombres tienen mayor probabilidad de ser homosexuales, por ejemplo, si
tienen hermanos varones biológicos mayores. Los científicos actualmente
atribuyen este efecto a una posible respuesta inmune de la madre, pero quizás las
células del hermano varón mayor juegan un papel también. Y lo que es más,
cuanto más cercano esté el nacimiento de dos hermanos biológicos, más probable
es que el menor sea autista. Un intervalo de nacimiento de menos de un año
incrementa en tres veces las probabilidades. Nadie sabe qué rol (si lo hay)
podría tener el microquimerismo en el desarrollo de los hermanos (o en la
función cerebral). “Es una pregunta abierta”, dice Nelson. Pero menores niveles
de células extrañas pueden afectar a cómo funcionan los órganos, anota, así que
es al menos biológicamente posible. Johnson del Tufts añade que ahora es
legítimo preguntar si las células microquiméricas podrían afectar incluso a las
preciadas facultades humanas como la memoria y el aprendizaje.
Normalmente
pensamos que un cuerpo puede contener sólo a una persona. Nuestras células
incluso producen marcas especiales en la superficie para distinguir lo propio
de lo ajeno. Pero en quiméricas como Lydia Fairchild las células de dos
personas distintas conviven en el mismo cuerpo: ella es casi su propia gemela
celular. Casos como el suyo fascinan a los científicos porque vencen a nuestras
nociones sobre la identidad.
El
microquimerismo “cambia la forma en la que miras la experiencia humana”, dice Johnson.
Estamos unidos con grilletes a nuestras madres, aprecia, “y tener ese
movimiento cognitivo de “estás en mis pensamientos” a “estás presente en mí” es
algo poderoso. Estás tomando una relación y volviéndola algo físico.”
La relación
madre-hija es especialmente significativa para Johnson. Él empezó estudiando el
microquimerismo en 1999, unos años antes de que su propia madre muriera en una
enfermedad autoinmune del hígado. Durante ese tiempo, el constantemente compartió
sus descubrimientos con ella, incluyendo la evidencia temprana de que las
células microquiméricas pueden luchar contra enfermedades, no sólo causarlas.
Así que cuando la enfermedad de su madre progresó, encontró consuelo en la
posibilidad de que sus células estuvieran batallado por su bien dentro de ella,
prolongando su vida al menos un poco.
Incluso ahora,
Johnson puede consolarse en otro hecho: por el intercambio en doble sentido de
las células en el útero, él casi seguramente tenía algunas de las células de su
madre dentro de él. De alguna forma, entonces, ella no se había ido. “Cuando tú
estás con alguien en el final de sus días, lo que pasa a través de tu mente es
la inmortalidad”, dijo. “Y para mí la inmortalidad no es vivir para siempre,
sino influir.” Porque las células de su madre continúan actuando dentro de él,
contribuyendo a cómo su cuerpo (y quizás incluso su mente) trabajan, su madre
ha logrado un tipo de “influencia celular perpetua”, dijo (un modesto tipo de
inmortalidad).
Alguna gente
incluso enfrenta el tipo de crisis de identidad o legal que enfrentó Lydia Fairchild.
Pero a lo largo de la influencia del quimerismo, todos nosotros existimos en un
continuo con él. Todos llevamos un poco de alguien dentro de nosotros, y sus
células influyen en casi cada órgano de nuestro cuerpo. Cuando describimos lo
que todo esto quiere decir, a Nelson le gusta citar Song of Myself, de Walt Whitman. A pesar del título, el poema no se
milita a un narrador o una perspectiva. Abarca muchos puntos de vista, y
algunas de sus líneas más celebradas presagian la nueva realidad biológica y
psicológica del quimerismo. “Cada átomo me pertenece tanto a mí como a ti”
escribió Whitman. Y “soy grande, contengo multitudes”. Gracias al
microquimerismo, así es.